miércoles, 10 de julio de 2013

Dos veces no me engañan

Me atrevo a afirmar que todas tenemos prendas que nos hacen sentir incómodas. Zapatos con tacos tan altos que nos hacen caminar como una vedette principiante, jeans tan ajustados que corremos el riesgo de que nos vendan en una pollería como matambre, vestidos que no osaríamos usar sin fajas asfixiantes debajo.

En mi caso, si bien trato de usar ropa que me resulte cómoda, sigo usando algunas que me hacen putear a las dos horas de habérmelas puesto. Por ejemplo, una calza color mostaza con apliques de cuero. Es divina, sí, pero el elástico de la cintura me queda tan apretado que cuando me la saco, la marca roja tarda varios minutos en borrarse. 

Ni hablar de los hermosos zapatos estilo retro que me compré en Blaqué y que sólo usé una vez. Las suelas están nuevitas, como las de las zapatillas de los bebés de un año. Esa vez, salí de casa sintiéndome Giselle Bundchen y volví con la sensación de que Lía Crucet se había apoderado de mi cuerpo. Por suerte no me salieron caros, al menos eso. Ojo, no es la culpa de los zapatos, sino mía por pensar que mágicamente los podría lucir sin sufrir. 

¿Por qué hacemos esto? No tengo la respuesta, pero me tiro a la pileta y digo que quizá es porque creemos que si estamos ajustadas o más altas, seremos más lindas. Ya hablé en un post anterior sobre la comodidad, y hoy retomo el tema. Es, para mí, la función que cualquier prenda debe cumplir para que quiera usarla. ¿Serán los años?

Cuando era adolescente no me importaba enfrentar las gélidas noches de Chacabuco (ciudad rodeada de vastos campos, para las que no saben, el frío te penetra los huesos) con minifaldas, sin medias y tacos vertiginosos. Era chica, y lo único que me importaba era parecer más flaca, más alta, sin tener en cuenta las consecuencias - resfríos, dolor agudo en las plantas de los pies -. Ahora veo a chicas que hacen lo mismo y las tildo de locas. 

Si algo bueno tiene el paso del tiempo, es que priorizamos las cosas verdaderamente importantes. Por ejemplo, abrigarnos cuando salimos en invierno. Suena lógico y básico, pero no lo es. Si no me creen, la próxima vez que salgan a bolichear miren a su alrededor y cuenten cuántas chicas están realmente abrigadas. Los dedos de una mano les sobrarán.

Sigo con la idea de verme lo más linda posible, pero si para lograrlo debo aguantarme tener una dureza más en mis pies o sentir que no puedo moverme en un jean, no gracias, paso. Elijo verme lo mejor posible sin tener que sufrir. Nunca creí en eso de que la moda incomoda. 

Bueno, quizá de chica, pero no me engañan otra vez. 

Menos mal que no viví para sufrir el corset


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